- ¿Por qué bebes? – le preguntó el principito.
- Para olvidar – respondió el bebedor.
- ¿Para olvidar qué? – inquirió el principito, que ya le compadecía.
- Para olvidar que tengo vergüenza – confesó el bebedor bajando la cabeza.
- ¿Vergüenza de qué? – indagó el bebedor, que deseaba socorrerle....
- ¡Vergüenza de beber! – terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el principito se alejó, perplejo.
Las personas grandes son decididamente muy, pero que muy extrañas, se decía a sí mismo durante el viaje.
- Para olvidar – respondió el bebedor.
- ¿Para olvidar qué? – inquirió el principito, que ya le compadecía.
- Para olvidar que tengo vergüenza – confesó el bebedor bajando la cabeza.
- ¿Vergüenza de qué? – indagó el bebedor, que deseaba socorrerle....
- ¡Vergüenza de beber! – terminó el bebedor, que se encerró definitivamente en el silencio.
Y el principito se alejó, perplejo.
Las personas grandes son decididamente muy, pero que muy extrañas, se decía a sí mismo durante el viaje.
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